El aire, como cualquier otro fluido, se mueve de zonas de mayor a menor presión.
Imagina un globo de agua, cuando aprietas en uno de sus lados (aumentando la presión) el agua se mueve rápidamente para el espacio restante que no se está presionando. En la inspiración, el diafragma desciende y aumenta el volumen de la cavidad torácica, haciendo que la presión en esta zona sea menor que en el exterior y provocando que el aire entre a través de la nariz o la boca. Éste atraviesa faringe, laringe, tráquea (tubo cartilaginoso con pelos y moco que retiene impurezas del aire) y llega a los pulmones, los órganos más importantes del aparato respiratorio, entrando por los bronquios. Dichos bronquios se continúan ramificando en bronquiolos de cada vez menor y menor diámetro, hasta que llevan el aire a los alvéolos, la localización clave de todo este proceso de respiración.
Los alvéolos son cavidades en forma esférica, de menos de medio milímetro de diámetro, agrupados como racimos de uvas. En ellos se encuentran los capilares que son pequeños vasos sanguíneos por los que la sangre entra y, por difusión, absorbe oxígeno del aire y libera dióxido de carbono, que se expulsa en la espiración. Este proceso se llama “intercambio de gases”, y es la base fundamental de nuestra respiración.
Los alvéolos están formados por varios tipos de células, siendo las más comunes los neumocitos (de tipo I y II), que tapizan las paredes del alvéolo como si fuesen ladrillos. En el espacio interior del propio alvéolo (intraalveolar) también pueden aparecer macrófagos, células encargadas de eliminar partículas nocivas que puedan haber llegado hasta aquí. Al espacio que hay entre las paredes de los alvéolos y los capilares se le llama espacio intersticial, también poblado por células inmunitarias. Se estima que hay aproximadamente más de 500 millones de alvéolos en los pulmones adultos.
En resumen, el aparato respiratorio es vital para el correcto funcionamiento del organismo, siendo los pulmones sus órganos principales gracias a su importante papel en el intercambio de gases, y por tanto en la absorción de oxígeno.
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